miércoles, 9 de febrero de 2011

La Despedida, dejando Colombia


Ese febrero de 2007 he pasado mis mejores carnavales, los últimos hasta hoy, esa vez todos estaban ahí para despedirme, mis primos, mis amigos, mis padres y hermanos. Fue una despedida llena de folklor y alegría, todos estaban contentos con lo que me estaba pasando pero todos evitaban hablar de ello, como si supieran cuanto odio las despedidas.
Pero el día del viaje llega y ese 23 de febrero estábamos en el aeropuerto mis padres, mis dos hermanos, mi novio de la época y yo. Luego de una hora de espera, la llamada fatídica llega, es hora de embarcar. Luego de esa llamada, mirar a los ojos de mis seres queridos sin lágrimas me es imposible y lo único que alcanzo a hacer es cerrar a cada uno entre mis brazos y sin pronunciar una sola palabra pasé el control de seguridad. No había marcha atrás, ni siquiera recuerdo sus últimas palabras.
Salida de Barranquilla dirección Bogotá: En vista de mi estado, yo me esperaba pasar toda la hora del trayecto a llorar con una bebe. Pero en el avión al llegar a mi puesto, me encuentro sentada al lado de un Cura, un joven de unos 30 años máximo, y yo que no soy religiosa me lo imaginaba dándome el sermón y la bendición. Pero al final quedé fascinada con la historia de este hombre que me empezó a hablar de sus experiencias en África, de su formación en Italia y de sus viajes en Europa. Encontré una persona de mente muy abierta. Esto le cambió el tono al resto de mi viaje, me focalizaba en lo que me esperaba, en lo que quería hacer, en los lugares y personas que iba a conocer.
Una vez en el aeropuerto de Bogotá, me encontré con una familia de conocidos que me habían hospedado y acompañado durante la colecta de los últimos documentos y trámites ante la embajada. Ellos vinieron para acompañarme durante las 4 horas antes de la salida de mi vuelo hacia Paris y también para despedirme. La familia estaba compuesta de los Padres, una niña de 10 años y un niño de 4; estas personas fueron muy sinceras, amables y desinteresadas. Cuando el momento de despedirnos llegó la mamá y la niña estaban llenas de lágrimas pero yo no podía llorar más.  Ellas me entregaron una carta que no abrí hasta que estuve instalada en Paris y sola en mi cuarto.  Ésta carta me conmovió hasta los huesos y hasta el día de hoy, cada vez que la leo, lo hace. Es el recuerdo de mi despedida, del dolor que sentí y el corazón de las personas que quiero que siempre estarán junto a mí.
11 horas de viaje tranquilo, largo y agotador, me separaban de mi nueva vida, ya no podía esperar más. Llevaba mis maletas cargadas de sueños, esperanzas e ilusiones. Tenía mi hermana y la mágica cuidad de París que me esperaban. Tenía todas las oportunidades y metas por lograr.  La despedida de mi familia ya hasta me parecía lejana, estaba dispuesta a éste y otros sacrificios por cumplir mis sueños. En ese momento empezaba mi nueva vida!

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